Aunque
amanecimos un poco nerviosos, comprobamos que el tanque tenía agua y muy
contentos pudimos darnos una ducha.
Nos vestimos con nuestras “ropas de gala”, nos
despedimos por un rato de nuestros perros, entrelazamos nuestros dedos, nos
besamos, caminamos un par de cuadras y llegamos al registro civil donde una
simpática jueza nos declaró “marido y mujer”.
No hacía frío, tampoco calor. El cielo tenía un
color rarísimo, chispeaba dulcemente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario